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miércoles, noviembre 16, 2005

De mi amor en Humberstone (Crónica Nº 18).

Ya en 1958 teníamos experiencia desempeñando las labores de extracción del mineral, nos acostumbramos a esa vida, yo entraba en la adolescencia y a medida que crecía, mi piel se volvía seca y oscura. En esa época junto a cada cartucho de dinamita que colocaba sólo conseguía que mis hormonas también estallaran, desgraciadamente eran muy pocas las mujeres jóvenes y lindas que habitaban la oficina. De igual manera pronto me enamoraría locamente por primera vez, ahí comencé a ponerme tarado y todavía no se me pasa. A diario de madrugada me tocaba ir a ponerme en la cola de la pulpería para comprar cebolla y pan, a esa misma hora la niña Isabel salía a la vereda a recibir a su maestra de matemáticas.

Isabel Oreja era una muchacha poco mayor que yo, era hermosa, rubia y acinturada, era hija de un destacado empleado de la oficina, uno de los predilectos de Don Santiago Humberstone. El propio Don Santiago lo trajo desde Inglaterra para que fuese su brazo derecho. La hija solía por las tardes recostarse a tomar sol en la terraza de su linda mansión que quedaba en la calle principal, en mi escaso tiempo libre yo pasaba por ahí una y otra vez en bicicleta exclusivamente para espiarla. Un buen día decidí que ya era hora de tomar al destino en mis manos, lo mejor era escribirle una carta de amor desgarrador. Averigüé que los viernes Isabel siempre iba al teatro a ver películas mexicanas, terminé la carta, la aromaticé con pétalos de flores de cactus que era lo único que crecía en la estéril tierra y partí a entregársela, además así aprovechaba de conocer el teatro.

Al llegar no pude hacerlo pues no sabía que ella y los empleados se sentaban en un lugar preferencial, alejados de calicheros y otros obreros con quienes yo estaba, encima perdí el dinero que pagué por entrar, no logré concentrarme en la película pues me dediqué a buscar su mirada en todo momento, cuando ya terminaba le puse un poco de atención pero durante la escena del beso apasionado entre el muchacho valiente y la chica linda, la cinta se incendió repentinamente, el teatro se llenó de humo y se truncó la proyección. En la evacuación me dieron otro dato y al día siguiente volví a intentar ubicarla en la piscina, al llegar también estábamos separados por rejas y guardias, ahí por lo menos chapoteé un poco y la vi por primera vez en bikini, con eso me bastó para no dormir en semanas sin caer de la cama a medianoche.

A finales de ese mismo mes un amigo de su padre me encargó un trabajito, cuando llegué a la casa del magnate me llevé una gran sorpresa al ver que ella estaba invitada. La saludé tímidamente con un gesto y comencé a trasladar unas cosas sonrojado y sin poder concentrarme, lo peor fue que por los nervios dejé caer unas macetas que adornaban la entrada, el dueño de casa me dio una paliza descomunal con sus guardaespaldas. Ahí supe que mi amor era correspondido por la muchacha que valientemente me defendió impidiendo que los gorilas me metieran los restos de las macetas por la boca. Durante el resto de 1958 y comienzos de 59 el azar hizo que nos topáramos un par de veces, aunque nunca hablamos yo aseguro que nos queríamos, lo sé porque a pesar de pertenecer a clases sociales distintas ella no huía de mí, en otra oportunidad la vi en la calle y le invité un mote con huesillo, ella lo aceptó, al entregárselo toqué su mano suavemente y ella me sonrió con dulzura.

En 1959 el escenario social de la oficina era totalmente distinto, grandes deudas en los salarios hicieron que aumentara el descontento en la población obrera, así comenzaron las huelgas y manifestaciones callejeras, para apaciguar los ánimos, desde los altos cargos de la oficina cayó la noticia de que llegarían importantes sumas de dinero provenientes de Estados Unidos. El ambiente estaba tenso, no había plata para comprar nada, la mayoría de nosotros habíamos abandonado nuestros puestos de trabajo y esperábamos las decisiones de los dirigentes.

Yo entre tanto comencé a trabajar como chico de los mandados para el jefe de los contadores de la oficina, entre otras cosas cada semana me mandaban al correo de Iquique a preguntar si había llegado un paquete verde, al cabo de un par de viajes en vano el paquete por fin llegó y lo retiré siguiendo las ordenes de mi jefe. De vuelta en la oficina, casualmente me crucé con Isabel y su sombrilla, para pasar el calor del mediodía me invitó a tomar un helado, encantado agarré el incomodo paquete verde y para que no me estorbara lo dejé bajo una banca de la plaza tapado con mi camisa. Paseamos largo rato conversando y riendo, quedamos en repetir la cita pero a escondidas de sus padres, nos despedimos cariñosamente. Eufórico y lleno de dicha me fui a casa, al llegar mi madre me preguntó porque venia sin camisa y ahí recién me acordé del paquete verde, obviamente corrí lo más rápido posible hasta la plaza. Como era de esperar después de casi ocho horas de abandono el paquete no estaba donde lo había dejado, lo busqué por los alrededores desesperado y por suerte encontré mi camisa. Sabiendo que una vez que el contador se enterase de mi desliz recibiría otra gran paliza, decidí avisar a mi madre y fugarme al sur.

Al año siguiente me reencontré con mi madre en Valdivia, ella me contó que a los pocos días que partí, la oficina fue tristemente cerrada para siempre, los obreros poco a poco emprendieron el éxodo a Iquique, incrédulos perdieron la paciencia mientras los empleadores para retenerlos argumentaban que el paquete con el dinero ya debería haber llegado.

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3 Comments:

Blogger Nano said...

uy, viajé a humberstone como hace 7 años, antes de que se hiciera la teleserie del tvn pampa ilusión... qué tiempos aquellos

salu2...

1:53 p. m.  
Blogger jbw said...

Tienes alguna imagen que grafique lo acontecido? Ojala no figurativa para poder participar de tu imaginacion

2:44 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

extraño tu relato Santiago humberstone murio en 1937 y nunca trabajo en la oficina humberstone.

12:58 a. m.  

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