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sábado, junio 18, 2005

El día que conocí a Eduarda II (Crónica Nº5)

Últimamente no he vivido nada interesante en la habitación, así que retomaremos un relato que quedó truncado hace algunos días. En la crónica Nº 2 (El día que conocí a Eduarda) terminé contando sobre una inesperada invitación que recibí del Ingeniero Dovranicci, en ella se citaba en su quinta de recreo para celebrar un malón el sábado 15 de Abril de 1968 puntual a las 19 hrs, fecha que esperé con ansias, pero llegada, tocó la mala suerte que llovió a cantaros así que me dio la modorra y no fui.

Eso no es todo, a los pocos días recibí otra muestra de amistad del Ingeniero. De hecho me obligó a acompañarlo a una cita que tenía concertada con Eduarda y otra señorita. En aquel tiempo las mujeres de bien solían acompañarse de una amiga o hermana al salir con sus pretendientes, esto muchas veces conllevaba un gran problema para el varón que debía conseguir otro muchacho para la niña acompañante. El problema residía principalmente en elegir el amigo correcto, pues se corría el riesgo de que la amada se fijara en el amigo invitado. Es por esto que Dovranicci decidió darme el honor de acompañarlo, pues yo era un adolescente aquejado fuertemente de acné en el rostro.

Dovranicci me visitó el día anterior a la cita y me explicó que primero llevaríamos a las menores de edad al “Rey del Mote con Huesillo” y que ahí agregaríamos a sus refrescos una sustancia activadora de la libido llamada yumbina, luego esperando a que la droga surtiera efecto iríamos al cerro Santa Lucía a disfrutar de una tarde de lujuria al aire libre. También me comentó que la amiga con que Eduarda iba era perfecta para mí, al parecer era una mujer muy hermosa, educada y simpática que vivía en el barrio alto de la ciudad. Agregó también que esta chica andaba en busca de un buen hombre como yo, ya que tenía cuatro hijos de padres indeterminados y necesitaba mantenerlos. Feliz accedí y dije que nos veríamos al día siguiente en el lugar acordado.

Llegado el día, nos reunimos un rato antes con Dovranicci para comprar flores, después pasamos a buscar a las chicas a sus respectivos domicilios e hicimos las presentaciones de rigor. Una vez que llegamos al El rey del mote, Dovranicci hizo el pedido e introdujo la yumbina en los vasos antes de repartirlos. Todo iba de acuerdo a lo planeado, pero mientras Dovranicci pagaba la cuenta, Eduarda que sostenía en una mano su refresco y en la otra el del Ingeniero, tuvo la mala fortuna de que un frágil pajarillo que volaba le cagara el vaso. Ella reaccionó cambiando disimuladamente su refresco con el del Ingeniero y pidiéndome que guardara silencio, cosa que hice por caballerosidad. Una hora después y en tranvía llegamos al cerro Santa Lucía, enseguida buscamos un lugar para poner la sombrilla y la canastita del picnic que habían preparado las muchachas. Nos tendimos sobre el césped a charlar y repentinamente el viento comenzó a soplar y elevó unos centímetros la falda de Eduarda, dejando al descubierto parte de sus pantorrillas. El Ingeniero hecho una fiera se lanzó sobre la presa indefensa e intento violarla, obviamente yo la defendí y apliqué la técnica aprendida en el ejército reduciendo al enemigo de una patada en las pelotas. Luego tomé tiernamente a Eduarda en mis brazos y me ofrecí para acompañarla hasta a su casa.

Caminamos horas por el centro conversando y en un momento me confesó que necesitaba urgente ir al tocador, así que entramos en la Catedral Metropolitana donde pedimos el favor. Eduarda entró, y yo como correspondía, me quedé esperándola tras la puerta. En eso estaba cuando de pronto sentí un murmullo bajito:

- Juan, Juan que vergüenza perdóneme, mire usted Juan, no hay papel consígame algo por favor.

Justamente en aquellos años la iglesia católica pasaba por una profunda crisis de fe por ocultar tanta pedofilia, supongo que por esto la catedral estaba totalmente vacía y para más desdicha yo no andaba con nada que sirviera a la ocasión. Para auxiliar pronto a la señorita que por tanta incomodidad había pasado aquel día decidí sacrificar mi pañuelo de seda azul. En ese momento y por tal acto de entrega Eduarda caería locamente enamorada de mí y así nuestras vidas se fundirían para siempre. Nunca supe que pasó con la amiga.


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1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Sii, que romanticismo todo galan con Eduarda. Y asi no querías que se enamorara de ti con el gran detalle del pañuelo.
Pero que mal intensionado el ingeniero, aunque he escuchado por ahi que el tema de la yumbina es un mito, sólo sirve para los animales.

bueh... que estes bien Juan.
adeus.

8:48 p. m.  

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